Cara Teófila,
Por ese extraña dificultad que plantea a veces coger los libros necesarios para el progreso académico, busqué en mi magra biblioteca alguno que no tuviera la más mínima utilidad formal. Encontréme entonces con uno de los últimos obsequios que Vd. me hiciere, el ensayo sobre el escritor japonés Yukio Mishima de vuesa querida Marguerite Yourcenar.
Debo decirle que sus párrafos no terminaban de convencerme. A veces las problemáticas de corte psicológico suelen mostrárseme algo farragosas, así cómo los análisis de obras que no he leído, por mi poca paciencia antes las opiniones que no puedo rebatir. Sin embargo, mantuve cierto interés tal vez por el morbo de conocer los detalles de un suicidio cuyo sabor promete Marguerite desde las primeras páginas, a lo que se sumaba mi inveterado interés por las biografías de todos aquellos que luchan denodadamente por salir del vacío de un ADN nunca suficientemente diferenciador. O eso creí durante 130 páginas en las que no esperaba más que cierto exotismo de una escritora cosmopolita y misteriosa, hasta que en las últimas páginas el título se volvió estremecedor: “La visión del vacío”. Un alegato al polvo, dos cabezas cortadas, esa muerte de Mishina que en su gratuidad tan absoluta nos quita incluso la autocomplacencia de juzgarla inútil para así calmar nuestra conciencia. Y el regalo de un impresor descuidado o absolutamente delicado que nos entrega al final del libro dos hojas en blanco, las páginas más vacías que he leído desde que un colombiano bonachón cerrara su novela recordando la antigua admonición de que al último “se lo están comiendo las hormigas....”
Teófilo
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