31 jul 2006

Tirando de la madeja apareció Ludwig Wittgenstein

Cara Teófila,

Sabrá Vd. que parte de mi interés en la Filosofía ha de verse relacionado con el inveterado placer de tirar de la madeja. Comienzo esta semana a leer el libro “Éticas Contemporáneas” de Enrique Bonete Perales, profesor de la Escuela Salmanticae en el cual se interna en el pensamiento de varios pensadores. Aparece en primer lugar un tal Ludwig Wittgenstein y su Tractatus Lógico-Philosophicus.. Resulta que el buen señor Bonete supone a poco empezar que “el lector conoce las tesis fundamentales de este libro”, y que en caso contrario mucho de lo que diga resultaría gratuito.

Así que sin absolutamente ningún pesar, cogí de mi biblioteca la versión en inglés del Tractatus, ya que en castellano sólo encontré algunos fragmentos. Desde el primer lugar, más allá de cierta dificultad por sostener la concentración en un texto tan radical, traté de imaginarme la conflictiva personalidad de una persona que en los albores del siglo XX se embarcaba en la moderna (es decir, casi medieval) tarea de explicar la totalidad de lo que puede ser explicado. ¿A qué reaccionaba con tanta radicalidad? Así que no tuve más remedio que volver a tirar de la madeja y consultar su biografía, de la que le transcribo algunos fragmentos.

Parece ser que el austriaco Wittgenstein nace en 1889 en el seno de las familias más ricas de Europa. En 1906 Al acabar sus estudios de bachillerato, se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Charlotenburg (Berlín). Más tarde , ya como ingeniero, se dedicó a problemas de aeronáutica y fue cuando empezó a interesarle la filosofía.

W. se enroló como soldado de artillería al estallar la Gran Guerra, había realizado 2 años de estudios universitarios en Berlín, durante 3 años en Manchester y durante 1 en Cambridge. En el ejercito austriaco eligió (a pesar de su familia y conexiones) servir a su patria en el nivel más bajo. Sin embargo, y debido a su audacia y temeridad casi suicida terminó la guerra con el grado de oficial y cuatro importantes medallas al valor. Durante la campaña tuvo tiempo de escribir el Tractatus

W. conoce personalmente a Bertrand Rusell -quien se transformara en una especie de mentor- el 18 de octubre de 1911; el 2 de noviembre Rusell le escribe a su amiga Lady Ottoline "Creo que mi ingeniero alemán está loco. Opina que no es posible conocer ninguna cosa empírica. Le invité a que admitiese que no había ningún rinoceronte en la habitación, pero se negó". Discrepó también del pacifismo de Rusell, llegando a donar un millón de coronas al ejército austriaco para que desarrolle un mortero.

En 1947 renunció a su cátedra y se retiró a vivir en completa soledad, que fue cuando escribió las "Investigaciones Filosóficas"

En el pensamiento de Wittgenstein pueden distinguirse dos etapas. La primera viene marcada por la publicación del Tractatus logico-philosophicus (1921-1922), en el que trata de dar una salida a los problemas no resueltos del positivismo clásico respecto a las matemáticas, la ciencia y la filosofía. Para él, la filosofía no es un saber, sino una actividad, y su finalidad es aclarar las proposiciones; así, la filosofía se circunscribe a un análisis del lenguaje. La segunda etapa queda definida por su obra Investigaciones filosóficas, publicada póstumamente en 1953. Este libro da origen a la corriente denominada filosofía analítica, que centra su reflexión en el estudio del lenguaje como único modo de resolver los problemas filosóficos.

Vuelve a Austria el 25 de agosto. El 13 había muerto su tío Paul. A pesar de la guerra es uno de los hombres más ricos de Europa. Se deshace de su fortuna entregándosela a sus hermanos, con el compromiso oficial que no se la restituyese nunca, ni en la más mínima parte. Ahora duda sobre que profesión seguir. Piensa en hacerse sacerdote o monje, al final se prepara como maestro de escuela.

Podría contarle mucho más cosas pero no quiero extenderme tanto. Vueso fiel amigo Henry Efwervren ya nos había introducido a Wittgenstein, lo cual no hace sino aumentar mis respetos hacia él. La dejo entonces con una frase del austriaco -nacionalizado británico luego de la anexión de Austria por Alemania- Ludwig W. que le hubiera gustado a Borges para darle grandilocuencia a algún pasaje: “So too at death the world does not alter, but comes to an end.”

Invariablemente suyo,
Teófilo.

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