Romántica Teófila,
¿Que la ha llevado mi querida amiga a Vd. en los días de mi tormentosa huida del país allende los mares a esconder entre mis apurados petates un raído ejemplar de la novela "Rojo y Negro" del francés Stendhal? Se podría pensar que la culpable fue vuesa alma proclive a exacerbar la pasiones de algún modo formales del romanticismo, pero eso sería injusto para con Vd. Y lo sería además con Stendhal, en cuya novela el entrañable personaje Julien Sorel se acerca más al atormentado soldado de Woyzeck, misteriosa obra cuasiexpresionista de principios del ochocientos, que a los personajes del Hernani del romántico estricto Victor Hugo. El destino de Sorel sigue el mismo recorrido que el de un meteoro que antes de destruirse y con él amplias superficies en su brutal colisión con la tierra, describe una brillante parábola que los poetas alaban y de la cual los crédulos intentan extraer alguna gracia. Así descripto, Julien sería un romántico como Schubert o más bien, como Chopin, ya que este último no alardeaba de sus propias penas (escuche).
Sin embargo, el personaje de Stendhal no se conforma con creer y llevar la fe en su propia pasión hasta las últimas consecuencias. No podemos tampoco confundir su orgullo con emociones o razones clasistas: Sorel ante todo se define por lo que es: un ser libre. O deberíamos decir mejor, por lo que no es: Ante todo, no es un lacayo. Los intereses de la crítica en insistir en las definiciones políticas del propio Stendhal como monárquico, o bien asimilando siempre la democracia al populismo no me hacen olvidar sin embargo un trasfondo que se deja entrever en la personalidad de Julien Sorel en la que se sitúa a sí mismo, y me permitirá el tópico, "más allá del bien y del mal". Sorel se interesa por su poder personal, por no cejar en sus empeños, por no ser tratado como lacayo. Respeta a los ricos pero por su capacidad de hacerse respetar y como desafío a su propia habilidad, pero en el fondo se burla de su brutal ignorancia sobre la vida cómo él mismo la vislumbra. La Iglesia es sólo un trampolín para el conocimiento y el poder. Las mujeres son objeto de su pasión, mezclado con su necesidad de verse respetado. Sigue estas directrices sin explicarse porqué, sino dándolas por supuestas y necesarias para su espíritu. Y en todo esto se puede vislumbrar una adolescencia tormentosa, o lo que me causa alguna curiosidad que es un chispazo de posicionamientos humanos como los que serán conocidos a fines del mismo siglo a través de la pluma de Nietzsche.
En este punto, y una vez planteada mi inquietud, me retiro de la batalla ya que haber descubierto una relación entre llevar el ideal romántico al paroxismo y la filosofía del bigotudo alemán no es más que otra muestra de la necesidad de verme sumergido en la biblioteca de la Escuela Epicurea Salmanticae en vez de buscar nuevamente la conocida formulación china para preparar la pólvora.
Más allá de estos fútiles comentarios, puedo concluir que leer las 547 páginas de "Rojo y Negro" resultó un ejercicio llevado a cabo con extrema fruición, y que no deja de ser un libro más que recomendable para jóvenes inquietos que no se asusten con el número 547.
Suyo y sin novedad,
Teófilo
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