12 dic 2011

"Cat on a hot Tin Roof "- Tennessee Williams (III)

Mi querido Teófilo,
Ha recibido usted mi primer misiva, y mi segunda misiva, y ahora recibe usted el final del prefacio a "La gata sobre el tejado de zinc caliente" que le vengo enviando en sucesivas entregas:
"Esta afirmación típicamente emotiva, si no retórica, parece sugerir que, en ese momento, creía tener una relación sumamente personal, incluso íntima, con los espectadores de teatro. Lo creía y lo sigo creyendo. En una época, mi timidez morbosa me impidió tener una comunicación demasiado directa con la gente y posiblemente por eso empecé a escribir piezas y cuentos. Pero incluso ahora, cuando esa timidez que me traba la lengua, me hace sonrojar, me mantiene silencioso y replegado, ha desaparecido con el paso de la problemática juventud de la cual surgía, sigo encontrando más fácil "acercarme" a multitudes de extraños en la silenciosa oscuridad de la platea y los palcos de teatro, que a individuos ubicados del otro lado de la mesa. El que sean extraños en cierta forma los vuelve más familiares y me resulta más fácil acercarme a ellos, más fácil hablarles.
Por supuesto, sé que a veces doy demasiado por descontados simpatías e intereses correlativos en aquellos a quienes les hablo abiertamente, y esto ha llevado a rechazos lo suficientemente doloreosos y costosos como para inspirarme más prudencia. Pero cuando sopeso una cosa en relación con la otra, una fácil coincidencia con un duro respeto, el equilibrio se inclina hacia el mismo lado y, sea cual fuere el riesgo de que me den vuelta la espalda, no quiero hablar con la gente exclusivamente sobre los aspectos superficiales de su vida, el tipo de cosas de las cuales los conocidos se ríen y sobre las que charlan en las situaciones sociales comunes.
Siento que la gente está harta de eso y el cielo sabe que yo también, antes y después del pequeño intervalo de tiemo en el cual capto su atención y digo lo que tengo que decirle. La discreción de la conversación social, incluso entre amigos, sólo es superada por la discreción de "los seis pies profundo", esa tumba donde absolutamente nada se dice. Emily Dickinson, esa solterona lírica de Amherst, Massachussets, que tenía un corazón estricto y salvaje bajo su blusa de tafeta, comentó irónicamente ese tipo de discurso póstumo entre amigos en estas líneas:

Morí por la belleza, pero apenas me había
acomodado en la tumba,
cuando uno que murió por la verdad fue depositado
en un cuarto adyacente.

Me preguntó suavemente por qué desfallecí.
" Por la belleza", repliqué.
"Y yo por la verdad; las dos on una,
hermanos somos", dijo él.

Y así, como los parientes se encuentran por la noche,
hablamos de un cuarto al otro,
hasta que el musgo alcanzó nuestros labios
y cubrió nuestros nombres.

Entre tanto, quiero seguir hablando con ustedes sobre las cosas por las que vivimos y morimos, con tanta libertad e intimidad como si los conociera mejor que cualquier otra persona."
TENNESSEE WILLIAMS



Con afecto.
Teófila.



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