Querida Teófila,
El único teatro que vi desde que abandoné la Atlántida -más allá del de Tesalónica, claro- fue casualmente, en la Isla de Calipso. Era una especie de auto profano y folcklorico pagado por el Rey, donde se iban sucediendo imágenes religiosas y folckloricas, textos grabados y músicas, con un marco adecuado dado por unas 20 actores-bailarines amateur en sus trajes típicos, con buena calidad de sonido e iluminación. Vamos, que lo vi solo unos 10 minutos, un par de "escenas", porque más me hubiera aburrido. Pero se notaba que había una dirección preocupada por cierta calidad.
A lo que voy, una presentación folcklórica, realizada por aficionados con una más o menos cuidada puesta en escena, es más verdadera que cualquier obra teatral que se ve por ahí (incluyendo por supuesto a una obra teatral que trate de representar algo como lo que describo). Y esa gente ni sabía que tenían más fuerza que una obra de teatro, dicho esto último por necesidades retóricas claro.
En la cena final con los iniciados, después de la comida, vino el baile. Al principio todo bien, una danza típica de los eventos sociales de más baja estofa. Pero al final vino el famoso "¡¡¡que cante, que cante!!!" Y surgieron unos fandangos listillos, que va cantando uno y otro. Alguna danza de la botella. Después vi que la métrica de estos fandangos es la misma que las coplas. Nada, que poder reproducir ese tipo de cosas en una escena, con los remitentes originales, puede ser
interesante.
Suyo,
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario